Tel Aviv. La dinámica en Israel conlleva una lógica de seguridad en su conjunto. Cuatro guerras, desde la liberación de 1947 hasta la del Día del Perdón de 1973, más el conflicto permanente con vecinos de distinto signo pero igual talante, como Hezbolá en el norte y Hamás en el sur, trazan una realidad consecuente con servicio militar forzoso de hombres y mujeres apenas graduados del bachillerato, refugios obligatorios de hormigón en cada casa y departamento, vigilancia presencial y a distancia permanente a lo largo de sus cambiantes “fronteras” y muros de cemento o con sensores electrónicos sobre territorios que separan comunidades que conviven en unos cuantos kilómetros cuadrados.
La actividad de su servicio exterior, por tanto, no disiente de esa realidad.
Aliado histórico de Estados Unidos, con una tradición de voto común en Naciones Unidas, ahora Israel se enfrenta a un dilema con no pocas aristas, la guerra en Ucrania, donde debe mantener sus lazos de intereses comunes con Washington, que encabeza las condenas a la ofensiva de Vladímir Putin, pero sin dar la espalda a Rusia, que hoy más que nunca es el socio indispensable para protegerse de Irán dentro del espacio sirio.
El matiz de una condena a secas a la invasión más el envío de ayuda a la población ucraniana puede parecer menor, pero la ausencia de la palabra “Rusia” o “rusa” en la declaración pasa por un acuerdo con ambas potencias para actuar con una lógica internacional sin perturbar las alianzas con cada una, pues hoy el respaldo estadunidense tiene tanto valor como la asociación con Moscú para mantener a raya la amenaza permanente chiita desde el patio intermedio que gobierna Bachar El Asad.
La dinámica defensiva, hoy puesta en alerta por la crisis en Ucrania, tiene un antecedente tan cercano como los ataques con cohetes apenas en mayo pasado, que hicieron indispensable desde años atrás el desarrollo de un sistema conocido como Cúpula de Hierro, capaz de neutralizar nueve de cada diez artefactos explosivos lanzados y con una eficacia que le permite discernir si caerán en zonas habitadas e ignorando los que van dirigidos a zonas despobladas por el alto costo que representa cada unidad.