Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil pensaba en Vladimir Putin. La ignorancia toma frecuentemente por asalto la mente de Gamés. Entonces Gilga decidió buscar aquí y allá, con la ayuda de Raudal Ávila, algunos momentos culminantes de la vida de Putin que lo retrataran al paso de los años y de la construcción de su tiranía. Gil encontró mucho material y eligió estas breves escenas.
Una nota de Chris Bowlby en BBC News refiere una anécdota sobre la juventud de Vladimir Putin: “Corría el 5 de diciembre de 1989 y a pocos días de la caída del muro de Berlín, el comunismo alemán agonizaba y la población enardecida parecía estar dotada de una fuerza irresistible. En la ciudad de Dresde una muchedumbre asaltó el cuartel de la Stasi, la temida policía secreta, y luego un pequeño grupo de manifestantes se dirigió a los cuarteles del servicio secreto soviético: la KGB.
“El guardia que estaba en la puerta inmediatamente se retiró”, recuerda uno de los miembros del grupo, Siegfried Dannath. “Poco después “apareció un oficial, pequeño y agitado y nos dijo: ‘No intenten entrar a la fuerza. Mis camaradas están armados y tienen autorización para usar sus armas en caso de emergencia'”, recordó Dannath. El grupo se retiró. El oficial de la KGB, sin embargo, sabía que el peligro no había pasado. Más tarde contaría que llamó al cuartel general de una unidad de tanques del Ejército Rojo destacada en la zona para pedir protección. La respuesta que recibió le produjo una reacción devastadora que le cambió la vida.
“No podemos hacer nada sin órdenes de Moscú”, dijo una voz al otro lado de la línea. “Y Moscú calla”. Desde entonces la frase “Moscú calla” ha perseguido a ese hombre, desafiante pero impotente en 1989 y ahora convertido en “Moscú”: el presidente de Rusia, Vladimir Putin”. *** Desde que vivió en carne propia la experiencia en Dresde como agente de la KGB, Putin se formó una opinión muy negativa de las movilizaciones populares. David Remnick, antiguo editor del New Yorker lo describe así: “Una y otra vez, Putin ha aprendido una lección singular: las multitudes rara vez se reúnen en la plaza pública para demandar más autocracia. La disolución de la Unión Soviética fue un acontecimiento que Putin ha calificado como “la más grande catástrofe geopolítica del siglo XX”.
Desde entonces, ha visto las manifestaciones opositoras -como las de la Plaza Bolotnaya en Moscú en 2011, o en varios estados de la antigua esfera de influencia de la Unión Soviética como Georgia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán – como un recordatorio de la mortalidad de los imperios. Entonces, de manera creciente, se ha vuelto el filósofo y defensor del autoritarismo. Esa defensa del autoritarismo viene cargada de episodios de intolerancia brutal. En agosto de 2020, los servicios de seguridad de Putin usaron el agente nervioso Novichok para envenenar a Alexey Navalny, el opositor al régimen más importante.
Cuando Navalny sobrevivió, las autoridades lo arrestaron y, después de un juicio digno de Kafka, lo encerraron en un campo de prisioneros cerca de la ciudad de Vladimir. Las elecciones se convirtieron en una farsa, las cortes en un teatro y el parlamento en un juguete del presidente”.
*** En una entrevista con Infobae, Masha Gessen, periodista y biógrafa no autorizada de Putin, recuerda: “Cuando Putin asumió la presidencia decidió que los nuevos ricos debían ceder su poder político”.
Gessen narra casos como el del ex oligarca Mijaíl Jodorkovski, que pasó de ser el hombre más rico de Rusia en 2004 a ser el preso más notable de una cárcel en Siberia un año más tarde, mientras Yukos, su imperio energético, “era expropiado por el clan de Putin”.
Dos de los oligarcas que tenían las empresas nacionales de televisión, Vladimir Gusinsky y Boris Berezovsky, “fueron empujados al exilio por no haber entregado el control de sus medios”. *** Por su parte, en un artículo de la semana pasada en el New York Times, la ex secretaria de estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, describió a Putin así “Desde hace 20 años cuando nos conocimos, Putin ha marcado su ruta para obstaculizar el desarrollo democrático acudiendo al manual de Stalin.
Ha concentrado el poder político y económico en él mismo –cooptando o aplastando a sus competidores potenciales– mientras busca restablecer una esfera de dominio ruso en los territorios de la ex Unión Soviética.
Como otros dirigentes autoritarios, traza equivalencias entre su bienestar y el de la nación, y entre la oposición y la traición (…) en un mundo donde todos mienten, él no tiene ninguna obligación de decir la verdad”.