Estamos viviendo un momento histórico en la vida de México, donde se está librando una lucha sin cuartel entre los intereses afectados o temerosos de serlo ante un programa presidencial de cambio estructural.
La cuarta transformación, desde un punto de vista económico-social, pretende socializar las utilidades privadas hacia una distribución justa de las mismas, en el contexto de un statu quo donde una serie de contratos implícitos o explícitos dejaban dichas utilidades en manos de unos cuantos que tampoco las socializaban, a través de una mayor generación de empleos y crecimiento económico.
Tratamos durante décadas de arreglar ese modelo para generar un mayor crecimiento económico que de menos produjera una mejor distribución, y no lo logramos. Pero en el interior de ese modelo existía una especie de “confort” de los que habían aprendido a hacer negocios y que ahora se sienten amenazados.
El modelo de bienestar adoptado por los países europeos supone un Estado fuerte que recaude impuestos —hasta 40 por ciento del PIB— para proveer un piso parejo de acceso a lo básico: salud, educación, retiro para la vejez.
México fue el gran pretencioso que presumió su apoyo a un Estado del bienestar con sus programas sociales que iban cambiando de nombre, como “Solidaridad”, que aparece en libros de texto en las universidades más prestigiosas del mundo.
Ahora sus creadores les llaman “programas clientelares” solo por provenir de este régimen. En numerosas ocasiones el Poder Judicial ha parado iniciativas del Presidente, pero su mote de corrillo es el de “dictador”.
La crema y nata del periodismo actúa al unísono en contra de todas las iniciativas del Presidente con pomposos apelativos: anticonstitucional, ilegal, antinstitucional, dictatorial. Si los 40 años que nos preceden hubieran sido de crecimiento sostenido y bienestar, esta defensa histórica estaría obviamente justificada.
Yo pido tan solo un poco de beneficio de la duda ante los resultados obtenidos, entre otros: estabilidad macroeconómica, menos corrupción, mayor recaudación y mayor bienestar e igualdad a través de los programas presidenciales. Por favor.
No más golpeteo, señores, porque su triunfo sería un caos para el país de insospechadas consecuencias.